Un gran negocio bajo el mar (El País, 30 de agosto de 2012)
En 1998, Rosa Miras y su marido, Antonio Muiños, decidieron mirar al mar de una forma diferente. Su pequeña empresa conservera de hongos tenía libres unas instalaciones y pensaron en buscar nuevos negocios. “Nos fijamos en las algas, que nadie usaba. No estaban ni catalogadas. Empezamos poco a poco probando y haciendo catas”, cuenta Miras, gerente de la empresa. Recuerda que nadie les tomaba muy en serio. Pero las algas resultaron ser negocio. Su empresa, Puerto Muiños, en Cerceda (A Coruña), procesa ahora unas 230 toneladas de algas frescas al año que vende de más de 200 formas: como salsas, para arroces, postres… Emplea a 20 personas, exporta a 28 países y en 2011 facturó tres millones.
“Recuerdo que un farero nos comentó todo el hambre que se pasaba en la zona durante la Guerra y la de gente anémica que había. ¡Y tenían al lado el espagueti de mar, un alga rica en hierro!”. El espagueti de mar [Himanthalia elongata] es solo una de las 600 especies de algas que desde entonces la Universidad ha catalogado en aguas de la zona en busca de usos comerciales. Después otras cofradías se han unido a la explotación, algo que Miras considera estupendo porque estimula la demanda del público.El caso de Puerto Muiños es uno, quizá pequeño, de un creciente fenómeno global: la búsqueda de recursos en el mar, hasta hace muy poco limitada a la pesca y el petróleo y el gas.
Ahora, la Comisión Europea quiere potenciar los “empleos azules”, yacimientos de trabajo y riqueza submarinos: en biotecnología, alimentación, energías renovables… Para ello, presentó el pasado miércoles un documento con su estrategia hasta 2020. El texto parece el típico texto de intenciones de Bruselas, pero este presenta un panorama sugerente. “Los océanos y mares que rodean Europa ofrecen nuevas oportunidades para cumplir los objetivos” europeos de crecimiento sostenible en 2020, pero añade que “para explotar ese potencial, necesitamos facilitar a las compañías la inversión. Tenemos que reducir los costes, los riesgos y estimular la inversión”. Y realiza una defensa de la “economía azul” —ahora que de la verde ya se habla poco—: “Nuestros océanos pueden dar el estímulo que necesitamos para que la economía avance (…) Pueden proveer la energía limpia que necesitamos para evitar una catástrofe climática. Pueden surtirnos de proteínas saludables. Pueden aportar fármacos y enzimas de organismos que habitan los mayores extremos de temperatura, luz y presión soportados por la vida. Y la creciente demanda mundial de materias primas hace cada vez más atractiva la minería submarina”. Queda claro que el mar no es el sitio en el que nadan los cada vez menos abundantes peces. El primer paso que quiere dar la UE es impulsar un mapa de alta resolución del lecho marino europeo, accesible a todas las empresas, que no solo contenga la topografía, sino sus minerales, la biodiversidad y el hábitat.
En realidad la UE no va ni mucho menos a la cabeza de la exploración submarina. Luis Somoza, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y el científico que dirige las campañas para ampliar ante Naciones Unidas la plataforma continental española, explica: “China, Rusia, India, Brasil y Noruega van muy avanzados en la exploración”. Somoza participó en julio participó en Jamaica en la reunión de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, de Naciones Unidas. Este organismo, encargado de controlar lo que ocurre en el lecho marino de aguas internacionales, ya ha concedido 23 permisos de exploración de minerales.
Nueva Zelanda y Papúa Nueva Guinea tienen ya proyectos muy avanzados y los cazatesoros de Odyssey, tras los reveses judiciales sobre la titularidad de los tesoros, han explicado que su salida podría ser dejar de buscar pecios y pasarse al mineral.
No es ni mucho menos solo la minería. Reino Unido planea su gran crecimiento eléctrico con energía eólica marina. Pharmamar es una compañía farmacéutica española busca en organismos acuáticos moléculas que sirvan como principios activos. La firma asegura que en la extracción de organismos cumple con la convención de Biodiversidad de la ONU. “Nuestra metodología de muestreo, es la recogida manual y selectiva con escafandra autónoma de invertebrados marinos, con total ausencia de sistemas mecánicos como redes de arrastre o dragas, eliminando de esta manera el impacto sobre el medio natural. También utilizamos un robot de prospección marina con un cordón umbilical que se maneja desde superficie y que permite ver el fondo marino en tiempo real, lo que permite la elección de las zonas de muestreo, minimizando de esta manera la interacción humana con el ecosistema”, explica la empresa.
En el fondo marino, la normativa ambiental debe ser más estricta que en superficie, porque un vertido o un problema genera un impacto mayor. Pero como explica Xavier Pastor, director ejecutivo de la ONG Oceana, es muy difícil controlar a mucha profundidad que se cumplen las condiciones impuestas: “Los estudios de impacto ambiental que realizan las petroleras son una vergüenza. Nosotros tenemos barcos y robots y vamos a los mismos puntos en los que ellos dicen que no hay nada y a menudo aparecen organismos y hábitats protegidos”. Pastor alerta de que ya hay quien habla de “urbanizar el mar, igual que la tierra: una zona protegida, otra para recursos farmacéuticos, otra para energía, reservas pesqueras… Hay mucha más atención al mar, que hasta ahora se veía solo como pesca”. La UE ha decidido entrar en esa carrera.
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